dissabte, 26 de gener del 2013

El tiempo. Un amigo y a la vez traicionero.
Cuando lo tenemos no lo valoramos como es debido, y cuando se nos escapa entre los dedos como si de arena se tratase deseamos con todas nuestras fuerzas retenerlo el mayor período posible.

Cuando estás feliz deseas que pase lento, para disfrutar, para poder estar el mayor tiempo posible con aquellas personas que te hacen la existencia más llevadera.
Cuando estás feliz solo tienes ganas de saltar, brincar y apretar ese botón que todos tenemos en la mente para detener el tiempo.

Cuando estás triste lo único que quieres es que se acabe el sufrimiento, que pase lo más rápido posible, para así no ahogarte en tu propia desesperación.
Cuando estás triste quieres cerrar los ojos y dejar que pase lo más rápido y menos doloroso posible, sientes que desapareces poco a poco, por eso mismo quieres el viento más fuerte del planeta se lleve esa parte del tiempo en la que sufres.

Pero algo curioso es el tiempo, pues para todos esos momentos pasa igual, ni más rápido, ni más lento, simplemente como debe ser, tenemos que quedarnos en los recuerdos de esos momentos, pues al fin y al cabo son esos mismos recuerdos, malos o buenos, los que nos hacen ser como somos.

Por eso aunque cuando menos nos demos cuenta seamos unos viejecitos con miles historias que contar, las cuales pocos estarán interesados en oír, siempre nos quedarán los recuerdos y un alma libre, joven y llena de energía.

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