No me digas que he cambiado, no me reproches que no soy la misma, aquella chiquilla asustada, que con una sola mirada tuya se derretía delante de ti, pues esa chiquilla ya no existe, está enterrada bien hondo para que nunca pueda volver a salir.
No me digas que no quieres creerlo, o dilo, pero a mi me dará igual, pues ahora es mi mirada la que observa con indiferencia todo lo que pasa a su alrededor, ahora soy yo la que dejo una estela de llamas y ceniza a mi paso, pues nunca más me tomarán por inocente e ingenua.
Si, inocente e ingenua dos palabras escuchadas por mis oídos un centenar de veces pero que ahora carecen de sentido como todo aquello que en antaño sentía, pues en mi interior arde un fuego puro pero a la vez terrible, capaz de arrasar todo a su paso, alimentándose de almas que se engañan a si mismas fingiendo ser algo que no son...